Cuatro de copas

«La disyuntiva ante la palabra escrita está en someterse al ímpetu normativo que niega o reduce a las culturas que le preexisten o usarla como una herramienta que permita colocar valores y vivencias propias en las grandes discusiones. En nuestros poetas vemos empeño certero del segundo camino».

Por Álvaro Urrutia

Hay obras poéticas que van por huellas difíciles de descifrar, desde universos aferrados a saberes, categorías y aseveraciones nacidas en la academia o en los sistemas de retroalimentación crítica literaria centralizada. Nuestras lecturas sólo algunas veces consiguen despojarse de esquemas previos. El gesto contiguo a la adquisición de saberes es la búsqueda de unas presas para reducirla con las herramientas adquiridas. El problema surge con lo se escurre. Las Obras de Raúl Mansilla (1959) y Jorge Spíndola (1961) son de las que la crítica y el canon centralizado no halló el modo de visibilizarlas sin que esto muestre las carencias y límites de su mecanismo de lectura.

Ambos poetas son oriundos de la ciudad de Comodoro Rivadavia y casi toda su vida ha transcurrido en diferentes lugares de la Patagonia argentino-chilena, o Walmapu, como la llama el pueblo Mapuche preexistente a los estados. Desde los años 90s fueron hacedores y protagonistas de un movimiento poético patagónico que borró las desoladas distancias de este vasto territorio y, a su vez, desandando el antagonismo argentino-chileno, fomentado desde Santiago y Buenos Aires. El dialogo, que aún hoy persiste entre escritores de esta región, posibilitó un rico y fecundo circuito poético y crítico que pudo ser inmune a las estéticas muchas veces doctrinales de las capitales. La regionalización permitió a críticos, organizadores de recitales y editoriales, asimilar las grandes poéticas que habitan el sur del continente, entre ellas las de Spíndola y Mansilla, pero al mismo tiempo fue una forma de encerrarlas o reducirlas excluyéndolas de las discusiones y debates poéticos de nuestros países.

Los caminos de Jorge y Raúl parten de puntos cercanos a los márgenes de la ventosa Comodoro Rivadavia: el primero en La Paloma y el segundo en el barrio vecino 13 de Septiembre. Como los niños de las barriadas de la ciudad, tuvieron que trabajar desde temprana edad, resignando la escolarización. Como hijos de chilenos, padecieron en su adolescencia aún más la última dictadura que vio también en esos migrantes un enemigo. Su educación tuvo otros ámbitos y metodologías ligadas a la cotidianidad que vivían. Los relatos que derramaban hombres y mujeres en hogares, trabajos, bares y potreros eran piezas pedagógicas cuidadosamente armadas, a partir de las que se conformaba una ética que sostenía el universo barrial. El relato oral tiene su eje en la escucha, pero no en la que sólo registra, sino en una escucha con una tendencia casi simbiótica con lo que se narra y con quien lo hace. En los sectores iletrados la oralidad es indiscutiblemente el factum, a su vez dinámico y trasversal, sobre el que se construyen las relaciones sociales. La palabra escrita cuando se hace presente casi siempre irrumpe de modo vertical. La disyuntiva ante la palabra escrita está en someterse al ímpetu normativo que niega o reduce a las culturas que le preexisten, o usarla como una herramienta que permita colocar valores y vivencias propias en las grandes discusiones. En nuestros poetas vemos empeño certero del segundo camino.

La música folklórica argentina, chilena y mexicana que escuchaban sus padres y el rock que sedujo a los niños y adolescentes en los 70s, en Comodoro, les mostró la potencia de la palabra y la melodía. Canciones que se componían, siempre, a más de mil kilómetros de esta urbe patagónica, lograban la empatía de quienes vivían en estos lares. Cuecas, corridos, zambas y el rock habitaban el barrio sin ser impuesto. Entre las voces que contaban historias que hacían trascender aventuras, épicas y tragedias de los conocidos del barrio, y las canciones que, aunque llegadas de lejos, lograban hacerse cotidianas, dan los primeros pasos Raúl y Jorge. Su escritura nace entre estos dos polos, la música y la oralidad. Los libros y las bibliotecas llegaron después, pero no generaron un proceso de negación o sustitución de sus vivencia barrial, por el contrario comenzaron un dialogo que potenció desde la poesía el universo oral de las clases populares con todas su riqueza. Los libros de la colección Robin Hood, que conseguían de manos del hombre que les compraba cartón y papeles, hicieron redimensionar las historias que algún parroquiano contaba en un bar. El mismo mecanismo les permite la revalorización de héroes, tragedias y épicas que conocieron desde su infancia. Esto en las poéticas de Raúl y Jorge no cede a la tentación de una idealización romántica. Sus héroes son corrientes y trascienden las épocas. Quien lea sus poemas los puede palpar y escuchar, y sospecharlos viviendo a algunas cuadras de su casa. La escritura en ellos explicita, lo que muchas veces obviamos, la dependencia de la oralidad. No la utilizan para borrar o sustituir la palabra hablada sino para hacer todo lo contrario.

Sus poéticas están indefectiblemente ligadas a la oralidad. La lectura silenciosa sería una gran falta en estos dos casos. Aún cuando parecen tener mucho en común, ambas estéticas van por caminos diferentes, quizás paralelos. Spíndola recupera una cadencia dialogal, que nos acerca hasta la familiaridad. En cambio Mansilla nos sumerge en un ambiente dionisíaco para hacernos sentir los golpes de la vertiginosa realidad.

Hace algunas semanas desde el espacio cultural Pez Dorado de Bahía Blanca, en el marco del ciclo de lecturas Cuatro de Copas, pudimos charlar por medio de Zomm con ellos y escuchar sus poemas.

Poemas de Raúl Mansilla

El oro de los tontos

Nada es oro en la mirada del héroe.

La fe ha sido abandonada y no hay nada que inventar.

Nada que curar, nada que nadar.

Nada que negar, las ramas ya están,

sobre el árbol del que cuelgan, líquidos,

el padre del padre del padre de su padre.

Nombres mudos e hijos naturales del alcohol.

Ni cruces de madera en las pupilas dan razones valederas.

Ni el arroz arrojado por Dios a los felices,

ni las madres recordando su futuro en el espejo.

Oro de los tontos.

El silencio es negro y blanco, sólido y gaseoso,

y se proyecta líquido en la pupila del héroe

que mira la vieja foto en donde está tan claro el crimen

y tan borroso el asesino.

Partidas

I

Entre las muchas formas de partir

tomé el dolor usado de no mirar atrás.

Cobarde fragmentación de cuerpos,

lo que parte es incompleto,

si ha sido sombra alguna vez.

II

Las piedras no viajan con nosotros.

Siempre son las mismas al costado del camino.

En velocidad son hilos

y en la detención

petrificadas lágrimas

esperando la noche para abrir los ojos.

Poemas de Jorge Spíndola

los dos zapatos en el aire

una mía amiga dice

que es difícil ser poeta

que es un peligro andar

mostrando las costillas por la calle

o en un libro

yo le digo que no  que no es difícil

más jodido es ser acróbata

o albañil en las alturas

no es difícil escribir

lo difícil es no caerse para arriba

o para abajo

que eso fue lo que le pasó al finado justo cárdenas

por ejemplo él llegaba en pedo a la obra

y se ponía a revocar con un pie afuera del andamio

hacía equilibrio

y un día se ve que se olvidó

y apoyo los dos zapatos en el aire

el resto ya se sabe

justo está enterrado dos metros bajo tierra

y sus hijas dicen que justo está en el cielo

no es difícil ser poeta

(yo escribo palabras al borde del andamio)

sentada arriba de mis chapas

(monólogo de eufemia)

tres días y tres noches arrastramos las chapas de un

pozo de petróleo abandonado,

no las robamos, se las pedimos al gobierno para hacer

este rancho y los corrales.

tres días y tres noches arrastramos esas chapas viejas

arañando el lomo pelado de los cerros

el viento iba bailando encima de nosotros.

juan bautista que en paz descanse

me dijo que en la noche

era mejor que durmiéramos encima de las chapas

 – así no las vuela el infeliz.

esa noche en los cerros soñé

que me rajaba volando

y entresueños no me soltaba de mi chapa

andábamos arriba en lo oscuro como esos brujos

juan bautista pasaba volando y yo le gritaba

aterricemos en el mar

sigamos nuestra marcha navegando.

las cosas que una sueña!

cuando desperté tenía la garganta seca

y todavía estábamos de noche

el viento bailaba su malaquín en el faldeo de los cerros

tu abuelo era un bulto tapado de arena

parecíamos esas momias.

me quedé callada y lo dejé dormir,

el hombre estaría reventado,

respiraba con un resuello grueso de animal

me quedé ahí sentada oyendo el viento

como triste

estábamos en ese borde que ahora le dicen

el balcón del paraíso

donde una ve el mar mezclado con el cielo

al rato empezó a clarear

yo veía el mar sentada arriba de mis chapas.

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