Dirección: Rosina Gungolo
Performer: Camila Bresciano
Filmación y edición: @macro.frame
video:

Sé un perro, siempre
El perro se debate en soledad. Una soledad que no le es propia.
Devenir bestia doméstica, vista desde arriba, incluso en el silencio del hogar.
¿Qué hacen nuestros perros cuando no estamos?
Podemos deducirlo por los rastros que dejan, podemos suponer una escena, pero no podemos asegurarlo.
Lo que hacen los animales cuando no son vistos ni siquiera por el ojo de una cámara, cuando son vistos solo por el ojo errático de sus amos ausentes, está dentro del campo del misterio insondable. Una casa impregnada por el olor del ser amada. El perro es todo olfato, hedonista del gusto que saborea con la nariz. Sexualiza su entorno. Se alza.
¿El perro deviene su propio amo?
Completa la ausencia con el fantasma de quien se fue.
Sé un perro, siempre. Esa orden queda sonando en los oídos agudos; un perro que se da cuenta que es perro ¿deja de serlo?
El perro se debate en soledad la norma que lo vuelve perro. Lucha contra sus instintos primarios para volverse casi humano.
Pero ¿Cómo ser un perro si se tiene un cuerpo humano?
¿ser qué del perro?
Sabemos que a los perros no les preocupa nada. O les gusta todo. Todo pasa por el gusto de su lengua multiforme.
La construcción de una segunda piel, la adaptación de los sentidos al nuevo ser: bestia domesticada.
Un perro se hace el muerto. Mira la nada a los ojos.
Es su danza. Hacerse el muerto. Revivir. Despatarrarse.
Morir en el intento de darlo todo por ser visto.
Entregado a devorar el presente de lo externo. Siempre en guardia, vuelve a la forma humana. Se repite a sí mismo con la lengua afuera: Sé un perro, siempre. por: Milton Lopéz
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